Todo comenzó cuando paseaba en coche con mis padres por la ciudad, solo tenía cinco años por aquel entonces. Mamá estaba cantando una canción marchosa con papá y, de repente, un cambión provocó aquel terrible accidente. Solo sobreviví yo, me quedé huérfana. Tres días después, de que me dieran el alta en el hospital, fui llevada al orfanato al que llamaban “Hell”. Los niños estaban pálidos del frío invierno. La matrona era alta y seria, dijo que solo había tres reglas: obediencia, educación y respeto.
Aquel día hice una amiga, Albana, nos hicimos mejores amigas. Mi primera comida allí fue asquerosa, todo estaba frío y muy salado. La matrona me dijo que no me quejara, pero como no me iba a quejar, tenía cinco años y estaba acostumbrada a comer comida rica, calentita… Esa misma noche me llevó a un oscuro sótano a modo de castigo, allí me amarró a una dura cama llena de pelos, la cama estaba rodeada de insectos como cucarachas, moscardones… Aquello sí que fue un infierno y ya entendía por qué los niños llamaban a este sitio “Hell”. Recuerdo que lloré hasta quedarme dormida.
Años después, llegó un chico nuevo, tenía dieciséis, al igual que yo. El chico era alto, pelinegro y con las venas de las manos muy marcadas, se llama Orión, como la constelación. Esa misma tarde descubrí que tocaba la guitarra eléctrica, la tocaba tan bien que pensaba que un día se iba a convertir en una estrella. Días después, le pedí que me enseñara a tocar la guitarra eléctrica, pues me fascinaba desde pequeña, pero nunca tuve la oportunidad de aprender a tocarla. Empecé a hablar con él todos los días, me enamoré de él.
Tres meses después, en febrero, nos hicimos novios, pero la matrona no podía saber, ya nos castigaba todos los días, no me quería ni imaginar lo que podría hacer si se enterara. Poco después, Orión enfermó y después de dos años falleció. No me lo podía creer cuando me lo contaron, siempre tuve la esperanza de que se iba a recuperar, pero no. De tanto llorar, noté algo raro en mi cuerpo, no sabía qué era.
Días después, me di cuenta de que, por mucho de que me trataran mal o que me pasaran cosas buenas, era incapaz de sentir algo. Hubo un momento en el que ni siquiera sabía quién era. La matrona tuvo que llamar al doctor y me dijo que me había entrado la maldición de Zafira. Todavía no era consciente de ella, pensaba: ¿de verdad estoy maldita?; ¿de verdad que las maldiciones existen? El médico dijo que la maldición no tenía cura; curiosamente, esta maldición se llamaba como yo, Zafira. La maldición consistía en que el maldito se quedara amargado, sin sentimientos y maldito para toda la vida, cuando llorabas tanto por alguien.
Lo veía injusto. ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué tuve que perder a Orión? Yo no solo lo quería, yo lo amaba. Pero no me iba a rendir, tras cumplir la mayoría de edad, empecé a buscar brujos y, tras meses de búsqueda, encontré a uno que se llamaba Rasputín y era de Rusia. Ahorré un poco y cogí un vuelo a Rusia. Él me dijo que la única cura era reír mucho, pero es que todo el tema me superaba. ¿Cómo iba a poder reír si literalmente perdí al amor de mi vida?
Decidí que me daba igual y me quedé maldita para siempre, tal y como dijo el doctor. Ahora soy una mujer amargada de 50 años, madrastra de una princesa que me tiene miedo y estoy casada con su padre al que ni quería y quería y es que no iba a querer a nadie como amaba a Orión. Nunca lo iba a olvidar, a veces hasta me imagino que está aquí, conmigo, pero en el fondo sé que en otro universo sí lo está.
Cuento original: "El acertijo"
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